El cine... antes de la llegada del video.
Muchos de vosotros aun os acordareis de como era el cine antes de que apareciese el video. A los que no, igual este Blog les parecerá un cuento chino. Cuando el video era una utopía existían las salas de cine más conocidas como estreno y de reestreno. En las segundas las películas se estrenaban un lunes y duraban una semana justa. A diferencia de las primeras que duraban semanas e incluso meses. Por el precio de una entrada de reestreno era de 10 pesetas y podías ver dos películas. En los cines de estreno por 25 pesetas (incluso menos) podías ver la misma película una y otra vez e incluso entrar cuando ya estaba empezada y esperar a la siguiente sesión, sentado en la misma butaca a que volviese a comenzar la sesión y ver lo que te habías perdido (y se preciaba disfrutar del resto). Ambos cines eran uno, nadie sabía lo que eran las multisalas. En ambos también vendían palomitas rancias, chocolatinas y refrescos en botella de cristal, que acababan rodando (aun recuerdo el sonido que hacían) por los pasillos o por debajo de las butacas para acabar amontonadas unas sobre otras en las primera filas. Sí, el cine era uno y el sonido también. No había “estéreo”, ni “Dolby Digital” ni “
Volviendo a los reestrenos. Cuando no había video existían las sesiones dobles. A veces eran dos títulos que ya habían sido estrenado hacía meses o bien películas que ya eran clásicas como las de “Tarzan”, los “Cañones de Navarone”,
En esa época, recordábamos películas. Si querías revivir tus mejores escenas debías de coleccionar cromos, verlas cuando las emitían en la tele (o sea casi nunca) o revivirlas ojeando cómics o fotonovelas. Por regla general los cines de reestreno eran exclusivos del barrio. Los sábados podías ver filas de vecinos, amigos y conocidos que se impacientaban por ver a “Bud Spencer y Terence Hill”, “Bruce Lee”, “Los Hermanos Marx” o incluso “Charlot”. Las mujeres se limitaban a criticar el modelito de “Fulanita” comprado en el “Sepu” o el de “Zutanita” que además se había pintado como una puerta y perfumado como una mofeta: - Miralá, se decian. - Igual se pensaba que iba a la “Ópera” o al “Festival de Cannes”.
En algunos cines había servicio de bar, siempre a lado de la pantalla, entre sesión y sesión se vendían, patatas chips y bocadillos. Muchas veces uno se llevaba la merienda desde casa, una fiambrera con callos, tortilla o ternera estofada. Las botas de vino también eran muy populares en ese tipo de salas y solían pasárselas unos a otros a lo largo de la fila.
A mí lo que más me gustaban eran los carteles y las fotos que adelantaban momentos cruciales de la película. "Barcelona" tenía buenos carteles pero “Madrid” se llevaba la palma. Fue allí, una semana de 1974 en el que fui a visitar a unos primos, cuando vi, por primera vez “El Mago de Oz”. Lo que más recuerdo con nostalgia era bajar del taxi y ver el cartel con una cabeza de “Judy Garland” y del resto de personajes pintados sobre la marquesina. También recuerdo el cartel de “
Las salas de ahora son demasiado asépticas. En “Barcelona” han perdido todo su glamour. Ya no hay marquesinas con carteles ni siquiera fotos. Son fábricas de chuches enmoquetadas, con muchos pasillos y cientos de salas. Las colas son amorfas, confusas, llenas de niños aborregados jugando con las melodías de los móviles, aparatos que ni siquiera apagan cuando entran a ver la película. Las salas son como laboratorios donde ponen a prueba nuestra paciencia y sobre todo nuestros tímpanos. Ya no te dejan quedarte a ver la película otra vez. Ni se te ocurra intentarlo porque te echan de muy malas maneras. Las butacas son cómodas y hay espacio para descansar las piernas, sí, pero aun y así siempre hay un imbécil que te da pataditas hasta la exasperación. Menos mal que ya no hay punteros láser jodiendo la marrana, ahora se ponen a hacer el pino delante de la pantalla, a jugar a comandos por entre las filas o a entrar y salir por la puerta de emergencia las veces que les salga del higo.
Las salas de reestreno se han extinguido, al igual que los cines de barrio. Si quieres ver una película ya estrenada te vas al videoclub (transformado en una especie de cajero electrónico) la alquilas o te la compras y te la ves en casa cuando te dé la gana y las veces que quieras. Los niños y jóvenes de ahora ya no recuerdan películas como los de mi época. Ahora las ven hasta que a los DVD se les borran los píxeles.
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